En recuerdo de José Jara García

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«Seguir manteniendo la jovialidad en medio de un asunto sombrío y sobremanera responsable es hazaña nada pequeña; y, sin embargo, ¿qué sería más necesario que la jovialidad?» (Nietzsche, «El crepúsculo de los ídolos»).
Asunto sombrío es la muerte, qué duda cabe, y ella nos ha robado hace unos días a José Jara, el profesor, la tarde quieta, la morada, el conversador, el puerto, el baile, el sabio, el jovial, el escuchante, por sobre todo, el amigo. Pero si queremos hacer un buen recuerdo de él, nada será más necesario en estos momentos que la jovialidad, como él nos enseñó.

No habrá modo de sustituir la amplia y generosa playa de su sonrisa, ni el timbre grave y abrazador de su voz, ni la pausa entre sus palabras, que, como el silencio con la música, convertían sus frases en pensamiento vivo. Mas, no obstante este cielo de ausencia, estoy cierto de que él querría que mantuviéramos la jovialidad.

Desde su querido puerto de Valparaíso, donde creció, se fue convirtiendo, a fuerza de mirar el mar, en un viajero pertinaz. Joven aún ya volaba a hacer un máster a la Universidad de Texas, y no mucho después puso su proa hacia Alemania, donde se doctoró en Filosofía en la Universidad de München. Los estudiantes de Venezuela tuvieron el privilegio durante muchos años de escuchar sus clases en la Universidad Central y en la Universidad Simón Bolívar. Sus visitas a Francia, España, Brasil, México, Colombia, permitieron que su voz se extendiera a muchos, creciendo el reconocimiento allá donde fuera. Entusiasta organizador de coloquios, encuentros, congresos; la Red Iberoamericana Foucault y la Asociación Iberoamericana de Filosofía Política disfrutaron de su vitalidad y crecieron gracias a su aporte intelectual y a la fidelidad que mantuvo a sus pasiones. De regreso a Chile y a su puerto, la Universidad de Valparaíso y la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación tuvieron el privilegio, hasta hace pocos días, de contar con José Jara entre sus más destacados profesores e investigadores.

Lector infatigable de Nietzsche, lo enseñó, lo tradujo, nos lo hizo cercano y lo convirtió en parte de su estilo de vida. Difícil encontrar a alguien que pudiera hablarnos de Nietzsche con más alegría y con mayor salud. Pepe, como todos le llamábamos con la fuerza que cogen los nombres cuando tienen la suerte de posarse sobre un verdadero carácter, ha sido, en el mundo de la filosofía, el profesor, el auténtico maestro, aquel que nunca escatimó una porción de su tiempo para volver a exponer aquello que le apasionaba, quien jamás respetó un reloj si de hablar de filosofía iba el asunto, y quien nunca dudó en erigirse en un acogedor, aunque no indulgente, refugio para todo estudiante que sufría las verdaderas preguntas.

Pepe enseñó en las aulas de muchas universidades, pero también en las calles, en las salas de reuniones, en los consejos, en los pasillos, en los bares. Allí donde estuvo hizo oír su voz, siempre política, tranquila pero firme, incómoda para sus oponentes, pero siempre hospitalaria; sólida en sus convicciones, pero amable en los silencios. Buen polemista, pero mal representante, prefirió siempre la conversación a la arenga, el hilo lento de las ideas pensadas a la velocidad de la proclama seductora; en otras palabras, fue siempre antes un filósofo que un candidato. Pero nada de eso lo sustrajo jamás de sus compromisos políticos y nunca nadie tuvo duda alguna de su posición. Eso lo convirtió en el mejor camarada, en un enorme compañero para construir proyectos y tejer sueños, y en un depositario de confianzas múltiples.

Se ha ido una gran persona, el profesor Jara, como lo llamaban con cariño los estudiantes más jóvenes, entre los que hizo escuela. En el camino que nos queda nos faltará siempre el Pepe, quien hizo de la conversación un arte sin límites, un jardín en el que habitar sin tiempo, sin restricciones, sin reglas como hubiese dicho él con la risa en sus ojos. Se nos ha ido un hombre sabio. Los muchos libros que leyó y enseñó, y las músicas que escuchó e interpretó (tocaba el violín y la flauta traversa), y los numerosos textos que pensó y escribió, nunca los usó para vestirse de erudición; para él eso era la vida, la que, como Nietzsche, amó más que a nada. Pero sobre todo se ha marchado un amigo, mi amigo. Por él quisiera poder realizar una hazaña nada pequeña y, como nos enseñó, mantener el baile y la jovialidad.

Fernando Longás Uranga
Universidad de Valladolid, España

 

con pesar, enlace relacionado: Enorme pesar en la UV por deceso de profesor José Jara García

publicación republicada de el Mercurio

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