Columna de la Red de filósofas feministas en Chile: Políticas de investigación, Fondecyt y género

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escrito por red de filósofas feministas de Chile

Desde el ámbito acotado de su área de trabajo, la Red de Filósofas Feministas expone en esta columna para CIPER los vicios de sesgo, competencia y jerarquía que afectan hoy en Chile a las mujeres en la academia; y por extensión al pensamiento crítico todo. Los recientes resultados de Fondecyt confirman lo aquí expuesto, estiman las autoras: «Investigar es hoy en Chile producir y competir, una reducción del conocimiento a lo económico que deja fuera la gran diversidad de modos de saber, la colaboración, y que sobre todo queda completamente escindida de la ciudadanía y las transformaciones sociales».

La investigación en Chile ha estado, desde 1980, dirigida por parte del Estado de acuerdo a un modelo de investigación basado en una lógica neoliberal, el cual muestra dos elementos distintivos: en primer lugar, reduce la investigación a un mero sistema de competencia con carácter privilegiadamente individual; y, en segundo lugar, y como elemento distintivo respecto a la competencia, marca su acento en la productividad de las investigaciones, especialmente en revistas con determinadas indexaciones (WoS, Scopus). Este modelo ha calado tan profundamente en el estilo de hacer investigación en Chile (y en la mayor parte del mundo occidental) que determina actualmente lo que se entiende por investigación en universidades y en el Sistema de Acreditación de las mismas.

Desde los estudios de posgrado en adelante, las y los investigadores son encausados en este sistema tanto al formular proyectos de tesis, que se acoplan totalmente a las formulaciones de proyectos de investigación de la actual ANID, hasta las exigencias de productividad tanto en los perfiles de ingreso como de egreso. Un investigador es, así, mero capital humano, potencialidad de producción. Investigar es hoy en Chile producir y competir, una reducción del conocimiento a lo económico que deja fuera la gran diversidad de modos de saber, a la colaboración, y que sobre todo queda completamente escindida de la ciudadanía y las transformaciones sociales. Lo que reproduce el modelo de investigación actual es un conocimiento inocuo, que no genera disenso ni puntos de fuga; es decir, es un modelo en contra del pensamiento crítico.

En esa competencia y «productivismo», las condiciones generales para investigar son muy difíciles para todos pero especialmente para las mujeres, como veremos pronto. El caso de las investigadoras en filosofía es de los más desiguales: la brecha de género se va ampliando a medida que se avanza en la trayectoria investigativa, donde los eslabones más altos, como lo son la adjudicación de proyectos de investigación concursables, están prácticamente sin presencia femenina. Recientemente se han conocido las propuestas de adjudicación 2022 de los concursos ANID Posdoctoral, Iniciación y Regular: los resultados en cuanto a paridad en filosofía son escalofriantes: una sola mujer ganó en el concurso posdoctoral de un total de 13 adjudicados, y se ve también a una sola mujer en el concurso de iniciación de 11 adjudicados. En el concurso Regular han sido propuestas para adjudicar a 3 mujeres (de 15 proyectos). Las cifras son similares a las de los últimos años. Incluso, en 2021 ninguna mujer ganó un proyecto posdoctoral en filosofía.

Sería miope responsabilizar de esta situación solamente a la ANID, especialmente si revisamos las cifras que al menos han sido públicas algunos años respecto a las postulaciones. Parece ser que el gran desbalance en cuanto a paridad se da a la hora de postular: la adjudicación en proyectos de investigación en filosofía ronda el 10%  en posdoctorado e iniciación y el 20% en regular, pues postulan muy pocas mujeres. El asunto es que esto responde a una situación que involucra directamente a los actores que intervienen en el modelo actual de investigación: universidades, ANID y CNA. Es en las universidades donde no se dan las condiciones para que más mujeres puedan postular a proyectos de investigación, existiendo diferencias según género en los contratos, y recarga en otras funciones como docencia y gestión. Es en la CNA donde sólo existen exigencias de adjudicación de proyectos externos de investigación para integrar claustros de posgrado —sólo un tercio de los académicos que postulan a proyectos de Fondecyt es adjudicado—, pero ningún criterio de paridad de género. Es en ANID donde finalmente tampoco existen medidas que fomenten ni busquen la paridad en la postulación y adjudicación de sus proyectos. En el caso de la filosofía, hay que agregar también la falta de difusión del pensamiento de filósofas,  la ausencia de filósofas en las mallas curriculares de enseñanza de la filosofía y, dentro de la propia disciplina, una suerte de división temática en la que existen áreas teóricas mucho más masculinizadas aún (como la metafísica, la lógica o la epistemología)

La promoción de mujeres y diversidades en los procesos de investigación democratiza las prácticas de producción de conocimiento, así como permite profundizar en el carácter crítico y reflexivo de la propia filosofía. Es decir, es importante para la producción de conocimientos, para el pensamiento crítico en el, y para la filosofía cómo práctica disciplinar y política. La promoción de mujeres y diversidades en investigación no puede ser simplemente un concurso especial para temas de género ni una política de cuotas. Hay que generar las condiciones para que mujeres y disidencias puedan investigar, y dedicar tiempo a la investigación y la escritura, y ahí las universidades tienen un rol importante. Generar las condiciones para que se investigue no solo significa considerar los años por hijos nacidos, sino que, entre otras cosas, que su jornada tenga horas protegidas, que no se la castigue con más docencia ni tareas de gestión, que se promueva su participación en equipos y redes nacionales e internacionales, que se incorpore el género como área transversal en los programas de pre y posgrado, así como en las políticas de investigación y publicación a nivel de escuelas, facultades y universidades.

La pregunta que se hace imperiosamente necesaria, entonces, es estructural: qué modelo de investigación es el que necesitamos.

Desde el estallido de 2019 se han puesto en cuestión prácticamente todos los ámbitos posibles de cuestionar desde el paraguas del modelo neoliberal: salud, educación, pensiones, DD. HH. y un largo etcétera, entre los que sin embargo la cuestión por el modelo de investigación no ha salido a la luz con la suficiente fuerza. Es de entender, pues la investigación es actualmente algo en lo que participan muy pocos: sólo un puñado de académicos está en condiciones de entrar en el sistema de competencia instalado en Chile y en gran parte del mundo; ni qué decir si pensamos en la ciudadanía entera. Y aquí es donde tenemos la primera constatación de una necesidad de pensar de otra manera la investigación, y del cambio de rumbo respecto a lo que se ha entendido como «progreso científico». Dicho metafóricamente: se trata de pasar de una plantación de pino radiata a un bosque nativo, a un ecosistema de conocimiento donde la diversidad sea uno de los valores fundamentales y elemento irremplazable a la hora de hablar de calidad investigativa. En esa diversidad, la paridad de género es apenas un primer peldaño que todavía está muy lejos y requiere tomar medidas de conjunto.

En este mismo sentido es muy importante que haya una promoción de las humanidades en general y la filosofía en particular, pues desde allí se promueve un pensamiento de la pregunta y no de la respuesta fácil. Considerar una perspectiva de género es importante en términos generales, pero lo es especialmente para una disciplina como la filosofía, pues ésta también se piensa a sí misma y sus prácticas. Necesitamos de un pensamiento crítico que permita la diversidad de posturas, así como entender que los procesos y trayectorias de investigación se cruzan por la división sexual del trabajo en y fuera de las universidades. Es necesario rastrear espacios diversos de generación de conocimiento en los que estamos las mujeres y disidencias, y ver cómo se pueden poner en valor como investigación. Talleres, laboratorios, clubes de lectura, performance —entre un largo etcétera—, son modos de conocimiento que merecen su reconocimiento. Investigación inclusiva, diversa y colaborativa debiera ser el norte de los años por venir.

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