Por Claudio Berríos Cavieres[1]
“Crear una nueva cultura no solamente significa realizar individualmente descubrimientos «originales»; también significa, especialmente, difundir críticamente verdades ya descubiertas, «socializarlas» por así decir, y por tanto hacer que se conviertan en base para acciones vitales, en elemento de coordinación y orden intelectual y moral”
Antonio Gramsci, Cuadernos de la Cárcel.
La historia de la filosofía chilena y latinoamericana deberá considerar como fundamental la obra del maestro Osvaldo Fernández Díaz, un referente ineludible en la revitalización y el estudio del marxismo en el contexto actual. Su regreso del exilio en 2003 marcó un punto de inflexión, no solo para su trayectoria personal, sino también para el pensamiento crítico en el ámbito académico. Al incorporarse como profesor a la carrera de Pedagogía en Filosofía en la Universidad de Valparaíso, se encontró con un panorama donde el marxismo, a menudo relegado a un rincón de la historia, era considerado más como un “condimento” a otras corrientes teóricas que como una herramienta analítica significativa. En esos momentos, la obra de Karl Marx y sus conceptos fundamentales, como el fetichismo de la mercancía, parecían desdibujarse en el contexto del neoliberalismo dominante.
Sin embargo, la llegada de Fernández a la academia fue una instancia que permitió revivir y reexaminar estas ideas. A través de su enseñanza, propició un diálogo profundo y crítico sobre El Capital, impulsando a sus estudiantes a repensar las categorías marxistas y su pertinencia en el análisis de las dinámicas sociales actuales. Aunque su enfoque podría haber sido considerado inicialmente como “anacrónico”, con el tiempo demostró ser un camino valioso para articular nuevas perspectivas filosóficas que se enfrentan a los desafíos de nuestras sociedades contemporáneas. Esta noción de un marxismo vivo, que invita al diálogo y a la reinterpretación constante, ha perdurado y se ha fortalecido, generando un espacio para el pensamiento crítico en un mundo que a menudo se siente atrapado en discursos absolutos.
Ante la reciente muerte del maestro Fernández, es pertinente realizar una reflexión sobre su legado intelectual y su impacto en el pensamiento crítico latinoamericano. Su trabajo estuvo inextricablemente vinculado a su compromiso político y a su vida personal, caracterizado por una apertura al diálogo y una disposición para fomentar la conversación entre pares. En su práctica docente, fomentó la discusión crítica como un elemento esencial para la construcción del conocimiento, desafiando a sus estudiantes a cuestionar y analizar las realidades sociales que los rodean. Su legado, por tanto, no se limita a su producción académica, sino que se manifiesta en una forma de actuar y pensar que alienta a las nuevas generaciones a involucrarse en el análisis crítico de su entorno, promoviendo una filosofía que trasciende las fronteras del aula y se adentra en la vida cotidiana.
Un trabajo colectivo y dialógico
La obra de Fernández no debe entenderse como un esfuerzo solitario. Sus reflexiones fueron el resultado de un proceso colectivo, ligado a diversas instancias académicas y político-culturales donde participó activamente. Su metodología promovía un encuentro constante y situado, donde el diálogo era fundamental para generar interpretaciones críticas y relecturas del marxismo. Este enfoque se basaba en la interacción viva con los textos y las realidades sociales.
En sus propias palabras, Fernández se definía así: “Prefiero presentarme como un lector. […] He rechazado, y en ocasiones, públicamente, la generosidad de quienes me han llamado “filósofo”. […] Un apelativo que implica un pesado compromiso del que soy incapaz de responder. Prefiero, por eso quedarme en la simple función de alguien que lee, y que en esa lectura intenta dialogar con los autores, llevando luego el resultado de aquella conversación a un manuscrito.”[2] Esta autodefinición, lejos de ser una expresión de falsa modestia, destacaba su compromiso con una práctica reflexiva y crítica. Fernández se veía como un lector que dialogaba activamente con los textos y luego llevaba esas conversaciones a la comunidad, a través de sus escritos, clases y debates públicos.
Para él, la lectura era un acto eminentemente colectivo. Sus clases se centraban en acercar a los estudiantes a los textos filosóficos mediante un análisis intensivo que exploraba las obras desde múltiples perspectivas: como productos culturales, históricos y filosóficos. Este enfoque dialógico resaltaba la flexibilidad y riqueza interpretativa de los textos, haciéndolos cobrar vida dentro de una comunidad de pensamiento. En este espacio, el intercambio de ideas no solo ayudaba a ordenar y profundizar los planteamientos, sino que también permitía desarrollar un método de elaboración riguroso que facilitaba posteriormente el método de exposición. Así, la lectura no era un ejercicio solitario; siempre requería un diálogo activo, un interlocutor que reflexionara y cuestionara, enriqueciendo el proceso interpretativo y promoviendo un entendimiento más profundo y dinámico.
Su compromiso con el trabajo colectivo se expresó a través de la creación de instituciones como el Centro de Estudios del Pensamiento Iberoamericano de la Universidad de Valparaíso (CEPIB-UV) y la Asociación Gramsci-Chile. En estos espacios, los trabajos individuales de sus miembros se compartían y transformaban en reflexiones colectivas, en diálogo constante con otras agrupaciones tanto nacionales como internacionales. Para Fernández, la lectura filosófica no podía ser un acto solitario; debía realizarse en comunidad, con un firme anclaje en el contexto social y cultural.
Marx, Gramsci y Mariátegui: una triada crítica
Fernández dedicó gran parte de su vida al estudio profundo de la obra de Karl Marx, así como al análisis crítico de diversas corrientes marxistas, desarrollando un enfoque que siempre estuvo en diálogo con las realidades históricas cambiantes y alejado de cualquier dogmatismo. Consideraba que una comprensión verdaderamente situada y relevante del marxismo debía surgir del encuentro dinámico entre teoría y contexto, un proceso que él articulaba a través de una triada esencial de pensadores: Marx, Gramsci y Mariátegui. Este marco le permitió rechazar las lecturas rígidas y esquemáticas del marxismo-leninismo, especialmente aquellas basadas los “manuales” que redujeron la teoría a fórmulas inflexibles. En lugar de esto, Fernández promovía una interpretación crítica, fluida y transformadora que reconocía la necesidad de adaptar las ideas marxistas a las condiciones específicas de cada realidad social.
Un recorrido por las lecturas de Fernández nos invita a explorar la profundidad y amplitud de sus reflexiones, así como los aportes fundamentales que estas indagaciones produjeron. Su obra escrita, marcada por una inquietud constante por entender y transformar la realidad, revela las preocupaciones político-filosóficas que definieron sus años de docencia y actividad académica. En cada uno de sus libros y ensayos, es posible rastrear cómo sus análisis iban más allá de una simple exégesis teórica, buscando siempre establecer vínculos significativos entre la teoría marxista y las circunstancias concretas de América Latina.
Gramsci y la “traductibilidad”
El temprano encuentro de Fernández con los textos de Antonio Gramsci fue crucial. En la década de 1950, a través de lecturas colectivas con jóvenes comunistas en Valparaíso, descubrió un enfoque que se distanciaba del marxismo estructuralista de Louis Althusser que fue tan popular en la década de los sesenta. Constituyó, por así decirlo, el “antídoto” para todo lo que fuera un pensamiento esencialista, desarraigado de la propia realidad. Para Fernández, la noción de “hegemonía” de Gramsci no era solo un concepto de articulación meramente partidaria, sino una herramienta para analizar las fuerzas sociales y culturales de manera dinámica, motivando la reflexión constante de las “relaciones de fuerzas” de un momento y lugar determinado. Esta perspectiva lo llevó a participar activamente en espacios de debate como los diálogos entre cristianos y marxistas en los años 60, la fundación del Instituto de Investigaciones Marxistas y a contribuir a publicaciones críticas como su libro Teoría de la ambigüedad. Bases ideológicas de la Democracia Cristiana[3] junto a Sergio Vuskovic.
En 1971, Fernández publicó Maquiavelo y Lenin[4], un estudio sobre las notas de Gramsci acerca de El Príncipe de Maquiavelo. En su trabajo introductorio, resaltó dos puntos clave: la importancia de publicar los Cuadernos de la cárcel completos (lo que se logró en 1975) y el valor de la “traductibilidad” en Gramsci. Este concepto se refiere a la necesidad de adaptar las teorías a contextos diferentes, evitando cualquier esencialismo. Para Fernández, el marxismo debía transformarse y encontrar nuevos significados según las realidades con las cuales se enfrentaba.
Uno de sus últimos trabajos, Gramsci y su laberinto (coescrito con Gonzalo Ossandón)[5], explora cómo el pensador italiano desarrolló sus Cuadernos de la cárcel y la manera en que se deben abordar los conceptos allí propuestos. Fernández sostenía que los términos gramscianos no deben interpretarse como categorías fijas o definitivas, sino como ideas abiertas que se adaptan a las circunstancias histórico-sociales en las que se aplican. Rechazando los enfoques reduccionistas de los “diccionarios gramscianos”, Fernández veía a Gramsci como un pensador profundamente anclado en la realidad, cuyas ideas deben ser constantemente reinterpretadas según el contexto.
Marx: de Feuerbach al Capital
La preocupación de Fernández por Marx estuvo marcada por su formación académica, reflejada tanto en su tesis de pregrado como en su tesis doctoral, ambas dedicadas a una lectura profunda de la obra del filósofo de Tréveris. En 1972, se tituló como profesor de Estado en Filosofía con una investigación sobre las Tesis sobre Feuerbach de 1845, un trabajo que experimentó numerosas revisiones y que finalmente fue publicado en 2017[6]. Para Fernández, estas once tesis representaban un programa de acción crítica e intelectual formulado por Marx. De manera implícita, este estudio también se posicionaba en debate con la teoría de Althusser sobre el “corte epistemológico” que diferenciaba un Marx humanista temprano de un Marx científico en su madurez.
Las Tesis sobre Feuerbach, correspondientes al periodo juvenil de Marx, evidencian una ruptura definitiva con la filosofía alemana de la época, rechazando tanto el idealismo hegeliano como el materialismo chato de Feuerbach. Según Fernández, Marx rompía con la idea de un sujeto “pasivo” y contemplativo que observa un objeto distante y fijo. En su lugar, Marx proponía un método que hacía del sujeto un agente activo e integrado en la sociedad capitalista que estaba analizando. La célebre tesis XI, “Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo”, no era, según Fernández, una simple crítica a la dicotomía entre pensamiento y acción, sino un enfrentamiento con la idea de un pensamiento meramente contemplativo. Así, Fernández concluía que la interpretación crítica y activa también se convierte en un acto de transformación.
Su obra Del fetichismo de la mercancía al fetichismo del capital[7] fue el resultado de su tesis doctoral en la Universidad de París I, Pantheón-Sorbonne. Este estudio centrado en el primer capítulo de El Capital de Marx fue crucial para Fernández, especialmente porque algunos círculos intelectuales y académicos marxistas le daban escasa importancia a este capítulo. Althusser, por ejemplo, lo desestimaba, alegando que conservaba elementos hegelianos que consideraba residuales en Marx. Asimismo, las Obras Escogidas de Marx y Engels, editadas por la editorial soviética Progreso, priorizaban la publicación del capítulo XXIV sobre la “acumulación originaria”, de corte histórico, en lugar de enfocarse en la sección sobre “la mercancía”. Fernández, en cambio, le otorgó a este capítulo una relevancia central, considerándolo clave para entender las bases críticas de la economía política de Marx.
Mariátegui y la expresión de un marxismo vivo
Para Fernández, el pensamiento de José Carlos Mariátegui fue un ejemplo claro de cómo adaptar el marxismo a las realidades latinoamericanas. Por medio de sus dos obras[8] el intelectual chileno evidencia que Mariátegui logró integrar las particularidades de las comunidades indígenas en su análisis, algo que el marxismo europeo no había previsto. Esta “traductibilidad” fue una inspiración para Fernández, quien vio en Mariátegui una forma de marxismo enraizada en las realidades culturales y sociales de América Latina. Posicionar a las comunidades indígenas como actores relevantes para un proceso revolucionario, implicaba la demostración de un marxismo que ingresaba en un diálogo necesario con una realidad latente.
Cuando el intelectual peruano afirmaba en Defensa del marxismo que “la herejía comprueba la salud del dogma”, planteaba un marco conceptual en el que el marxismo, concebido como una brújula metodológica basada en principios sólidos, entraba en un diálogo crítico con las «herejías» externas que encontraba en su camino. En el contexto de la realidad peruana de principios del siglo XX, este encuentro generaba una síntesis creadora, en la que los elementos externos se incorporaban y transformaban, adaptando el marxismo a las particularidades históricas en movimiento. Para Osvaldo Fernández, este enfoque representaba una valiosa contribución de Mariátegui, ya que no implicaba una simple dicotomía entre dogma y herejía, ortodoxia y heterodoxia, o dogmatismo y revisionismo. En cambio, señalaba que estos elementos eran interdependientes y mutuamente necesarios para enriquecer el pensamiento crítico y la praxis.
Un legado por construir
Por medio de este breve recorrido, se ha evidenciado en la figura del maestro Fernández no solo una reflexión profunda sobre los autores mencionados, sino también la relevancia de su método de estudio: la lectura colectiva. Para quienes tuvimos el privilegio de participar en sus clases y actividades político-culturales, se hace evidente su enfoque particular al abordar diversas lecturas filosóficas, explorando los textos desde múltiples perspectivas y dimensiones.
El común denominador en las lecturas que Fernández realizara de Marx, Gramsci y Mariátegui radica en su enfoque de una reflexión siempre en marcha. En lugar de ofrecer conclusiones definitivas, el intelectual chileno fomentaba una entrada continua hacia los textos, con el objetivo de generar nuevas preguntas más que acertadas respuestas. Su trabajo no consistió en crear conceptos que sintetizaran o aprehendieran la realidad. Mas bien promovía una instancia de apertura constante, subrayando la complejidad y la naturaleza siempre cambiante de la realidad, la cual demanda un entendimiento dinámico y en permanente revisión.
Así, se configura un legado que es fundamental sociabilizar, contextualizar y poner en práctica. La obra de Osvaldo Fernández representa un caso singular de reflexión filosófica constante, siempre anclada en la realidad. Su enseñanza nos invita a realizar relecturas continuas, en busca de nuevos caminos que nos lleven hacia horizontes distintos y abiertos. El maestro Fernández encarnó la famosa frase de Heráclito: “nadie se baña dos veces en el mismo río”. Este principio resuena en su obra, recordándonos que tanto las realidades como las lecturas y los lectores son dinámicos y están en constante transformación.
[1] Doctor © en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad. Magister en Filosofía. Profesor en Historia y Cs. Sociales. Docente Universidad de Valparaíso.
[2] Osvaldo Fernández Díaz, Itinerarios y trayectos heréticos. (Buenos Aires: CLACSO, 2022), p. 15.
[3] Sergio Vuskovic y Osvaldo Fernández, Teoría de la ambigüedad. Bases ideológicas de la Democracia Cristiana, 1.ª ed. (Santiago: Austral, 1964); Sergio Vuskovic y Osvaldo Fernández, Teoría de la ambigüedad. Bases ideológicas de la Democracia Cristiana, 2.ª ed. (Viña del Mar: Cónclave, 2014);
[4] Antonio Gramsci, Maquiavelo y Lenin. Notas para una teoría política marxista, 1.ª ed. (Santiago: Nascimento, 1971); Antonio Gramsci, Maquiavelo y Lenin. Notas para una teoría política marxista, 2.ª ed. (Santiago: Nascimento, 1972); Antonio Gramsci, Maquiavelo y Lenin. Notas para una teoría política marxista, 3.ª ed. (Santiago: La Pajarilla, 2014)
[5] Osvaldo Fernández y Gonzalo Ossandón, Gramsci y su laberinto. Acerca de los cuadernos, las notas y los conceptos gramscianos. (Valparaíso: Kristallo, 2022).
[6] Osvaldo Fernández Díaz, De Feuerbach al materialismo histórico. Una lectura de las tesis de Marx. (Chile: Escaparate, 2017).
[7] Osvaldo Fernández Díaz, Del fetichismo de la mercancía al fetichismo del capital. Ideología y reproducción, 1.ª ed. (Madrid: Literatura Americana Reunida, 1982); Osvaldo Fernández Díaz, Del fetichismo de la mercancía al fetichismo del capital, 2.ª ed. (Valparaíso: Ideas, 2014).
[8] Osvaldo Fernández Díaz, Mariátegui o la experiencia del otro. (Lima: Amauta, 1994); Osvaldo Fernández Díaz, Itinerario y trayectos heréticos de José Carlos Mariátegui. (Santiago: Quimantú, 2010).
Foto portada: Archivo Prensa Universidad de Valparaíso