Por Cristhian Almonacid Díaz, tesorero Directiva ACHIF 2024 – 2025
1.- Tránsito de la categoría “causa” a la categoría “deber ético”
El punto de entrada a nuestra reflexión la queremos ubicar dentro de una disciplina filosófica que se llama “teoría del conocimiento”. Filosóficamente hablando, la teoría del conocimiento se preocupa de establecer las condiciones que posee la razón para todo conocimiento posible. Es un campo de actividad filosófica que, por ejemplo, ocupó Immanuel Kant cuando se preguntó ¿Qué puedo conocer? Dicha pregunta nos ubica no en el tema de tal o cual conocimiento ya adquirido, ni tampoco en el mundo sensible que se nos aparece ante la experiencia. Se ubica en la capacidad de pensar sobre aquello que posee la razón en tanto condición previa que nos habilita para cualquier acto cognoscitivo. Dentro de este campo de reflexión mencionado queremos ofrecer la siguiente pregunta ¿Qué tenemos en mente cuando decimos la palabra causa? O más específicamente ¿Qué se tiene en mente cuando se habla de las causas del Golpe Militar?
La causalidad no es un hecho propiamente tal. Es una condición racional que se utiliza para unir hechos que se comprenden en la razón como relacionados entre sí a través de una dependencia causa-efecto. En la ciencia la categoría “causalidad” se usa para explicar una relación universal (válida para todo evento) entre dos fenómenos. Por ejemplo, el viento es la causa del movimiento de las hojas de un árbol o las muertes por cáncer al pulmón son causadas por el hábito de fumar. Las garantías de la validez de estas relaciones de causalidad suelen ser datos traducidos a estadísticas: la mayoría de los árboles que se mueven, se mueven por el viento o el 80% de las muertes por cáncer del pulmón son causadas por el hábito de fumar.
Ahora bien, estas expresiones, si las pensamos bien, son muy problemáticas desde el punto de vista de la teoría del conocimiento. Por ejemplo ¿estas causalidades se aplican a todos los casos particulares? Evidentemente no. En otro orden de cosas, quien ve, solo puede ver la presencia sensible de dos hechos reales: ve el árbol que se mueve por un lado y siente el viento por otro o ve las muertes por cáncer al pulmón de un lado y el hábito de fumar por otro lado. Pero cabe preguntarse ¿Ve, en el mismo sentido sensible, la causa que une ambos hechos? o ¿esa unidad se da solamente en la razón que piensa la causalidad? Si lo reflexionamos bien, la causalidad jamás se da en los hechos, porque la causa no es un “hecho sensible” como lo son los fenómenos considerados independientes entre sí. Tenemos entonces que la causalidad es una condición que la razón instala sobre la realidad de los hechos para explicar los acontecimientos que razonamos para “unirlos” entre sí. Para decir más, el resultado de lo que llamamos “causa” no es un hecho unívoco, porque al mismo tiempo puede haber otras múltiples causas que unan a los fenómenos entre sí. Insistimos, esto sucede porque las causalidades no son hechos por sí mismos visibles ante nuestros ojos, sino que son elaboraciones racionales que aspiran a universalidad en la medida que comprenden relaciones entre fenómenos regulados naturalmente a través de una explicación aplicable a la mayor cantidad de casos posibles.
Esta complejidad que expreso es el fundamento por el que existe el dilema de causalidad inagotable: ¿Qué es primero? ¿el huevo o la gallina? Siguiendo lo que hasta aquí hemos tratado de mostrar: el orden de causalidad que establezcamos dependerá de la posición que la razón fije ante estos dos eventos unidos en dicha proposición. Jamás el evento que se da como un hecho particular “esta gallina que pone un huevo”, o “este huevo al seguir ciertas condiciones da de sí una gallina” resuelve el dilema que aspira a una respuesta de causalidad universal.
Ahora que tenemos esta ganancia conclusiva inicial, podemos volver al tema que nos convoca y podemos pensar lo siguiente: si las relaciones de causalidad científica son complicadas de establecer cuando la razón se enfrenta a hechos sensiblemente captados ¿Es posible aplicar la categoría de causalidad en los acontecimientos históricos o éticos?
Para lo que venimos tratando de mostrar, aplicar la causalidad en eventos históricos no solo es un sinsentido, sino hasta una imposibilidad cognoscitiva. En la historia y en lo que denominamos comportamientos humanos, a lo sumo, tenemos hechos de algún modo documentados, pero no tenemos la capacidad racional de aplicar la categoría de causalidad sobre ellos ¿Por qué sucede esto? Responder a esta cuestión es relativamente simple: Porque los eventos que derivan de decisiones humanas no se adecúan a la categoría causalidad, ya que los actos humanos son libres y, por tanto, no determinadas por ley natural alguna, ni hechos predecibles, ni demostradas a cabalidad por datos estadísticos. El ser humano no está sometido en sus decisiones a las mismas categorías racionales de causalidad que aplicamos sobre la naturaleza para explicarla.
Entonces para hablar de decisiones humanas, históricamente concretadas ya no corresponde hablar de causas. Entonces como las causas no pueden aplicarse a las decisiones humanas, se requiere otro tipo de razonamiento. En este mismo punto volvemos a recurrir a nuestro filósofo Immanuel Kant: el razonamiento que se requiere para dirigir y explicar los hechos humanos con un sentido ético, es la idea de deber y ya no la causalidad. Es decir, el deber ético es la categoría que se presentan ante nuestra razón como una idea, no como algo que es sino como algo que debe ser. En otras palabras, la idea del deber orienta la acción como “reglas de toda acción humana”. Por eso Kant habla de “imperativo categórico”. El ejemplo de una idea que nos orienta éticamente es la justicia ¿Cuántos actos de justicia vemos en la sociedad hoy por hoy? Pocos que podamos decir la justicia es realmente existente. La inexistencia real de la justicia, ¿significa que desaparece de nuestra razón el sentido de justicia? Pues no, con mayor urgencia emerge en nosotros la necesidad de que el principio de justicia oriente y origine acciones justas en las decisiones político, sociales y jurídicas. La idea de justicia es el principio gestante de acciones sociopolíticas que denominamos éticas.
Resumiendo lo dicho hasta aquí y bajo el esquema reflexivo que vengo proponiendo: el principio ético no es una causalidad natural de determinados hechos. Un principio ético es un vector, es decir, una idea razonable que debe orientar la acción de una sociedad si quiere ser una sociedad mejor.
En consecuencia, un hecho como el Golpe Cívico Militar en Chile sucedido hace 51 años, no es un acontecimiento que podamos interpretar bajos el parámetro de las causas. Primero porque ese hecho no responde a ninguna ley natural que establezca inevitabilidad y segundo, porque si así lo intentamos, estamos solo consiguiendo neutralizar moralmente el hecho “ruptura violenta de la institucionalidad democrática” para convertirla un acontecimiento inerte de valoración ética. Dicho de otro modo, en la medida que como sociedad ocultamos y neutralizamos el hecho para convertirla en una especie de causa natural, entonces estamos renunciando a nuestra capacidad de construir un futuro nacional con un sentido ético más adecuado y firme.
Por ende, analizar los hechos con criterios éticos implica poner en juego los deberes que requerían orientar los acontecimientos y las decisiones de sus protagonistas ¿Hay alguna orientación ética que no debería haberse traspasado para decidir concretar un Golpe de Estado? Desde mi punto de vista, sí. Hay un deber o principio ético que no debió haberse traspasado, porque si lo traspasamos una vez, se podría traspasar muchas veces y desde cualquier lugar del espectro político y con ello, abrimos la imposibilidad de una convivencia social pacífica futura. Me refiero a la dignidad humana como fundamento de todo Derecho Humano. Como ese deber ético ya fue traspasado con sus horribles consecuencias ¿Qué nos queda? Trabajar incansablemente para que esos hechos no vuelvan a ocurrir, y promover la esperanza de una no repetición de los acontecimientos deshumanizadores que marcaron a nuestro país.
2.- Los fundamentos reflexivos de la dignidad humana
En este ánimo de trabajar y pensar en lo que no debe volver ocurrir, quisiera referirme a este mínimo de regulación de convivencia llamada dignidad humana. Es decir, aquella categoría ética que se erige como orientadora de decisiones humanas sobre otros seres humanos.
Como hemos sugerido, una idea reguladora no existe en la experiencia, pero no por eso podemos decir que no sea o que no existe en absoluto. Solo desde la existencia de una idea ha salido, por ejemplo, el plano de un arquitecto cuando piensa el diseño de una casa. La idea entonces tiene una existencia muy especial. No es una realidad física, pero no por eso es menos real. La existencia de los ideales morales, sin ser hechos físicos, se traduce en principios ideales que orientan la conducta de los seres humanos libres. En este marco, los principios éticos, en tanto resultados de un razonamiento, se convierten en mínimos razonables. Estos principios son indispensables para cualquier sociedad que quiera erigirse como un espacio de humanidad y humanización. En este lenguaje fundante podemos entendernos cuando nos enfrentamos a la interpretación de hechos que ya ocurrieron o cuando vamos a decidir nuevos caminos políticos y sociales. Las sociedades necesitan acordar este lenguaje mínimo, para que sea posible la vida segura de todos quienes la componen. Solo el piso mínimo de esta orientación ética ideal hace posible la convivencia con criterios de un desarrollo ético que incluya a todas y todos.
Uno de esos principios que es también un descubrimiento moral de la humanidad, es que las personas son fines en sí mismos, tienen dignidad y no precio. Cada uno de nosotros se constituye en un fin y jamás en un medio para conseguir cualquier otro fin. Si queremos constituir una sociedad, con una raíz ética fundamental requerimos dejarnos permear en el ejercicio de nuestra racionalidad por este ideal moral que exige que todas las personas (independiente a sus creencias e ideas políticas) sean tratadas como fines en sí mismos. Con esta idea reguladora y mínima, tocamos la raíz del principio que llamamos dignidad humana, a partir del cual se sostiene todo Derecho Humano.
Entonces, cuando nos enfrentamos a la interpretación de los acontecimientos históricos que se conmemoran cada once de septiembre, es necesario reconstruir dichos acontecimientos para hacerlos pasar por el tamiz de este principio ético regulador fundamental para sacar el limpio lo que necesitamos aprender como sociedad. Es decir, la idea que aquí sugerimos como reguladora en términos de dignidad humana como fundamento de los DDHH, sirve para evaluar éticamente los hechos pasados y sirve para orientar los comportamientos político-sociales futuros.
3.- Para un negacionismo prolijo, tenemos un pensamiento rememorante
Cualquier democracia sólida defiende el derecho a pensar en libertad y expresarse libremente en la vida pública. Ahora bien, esa libertad en una democracia fuerte posee un límite: no se puede pretender construir subjetivamente los propios hechos, alivianando o tergiversando los acontecimientos que marcaron la memoria colectiva. Es un mínimo intersubjetivo reconocer que la dictadura militar en Chile, con el fin de imponer sus ideas, quebró la institucionalidad por la imposición de las armas, persiguió sin debido proceso, encarceló, torturó, hizo desaparecer a personas, en fin, violó sistemáticamente los DDHH. Estos hechos han sido judicializados y reconocidos internacionalmente. De manera que quienes construyen un negacionismo frente a esos hechos, pretendiendo opinar democráticamente, al menos en Chile, comete una falta moral grave.
Las crecientes declaraciones negacionistas en el espacio público nos obligan a reflexionar. Es un imperativo moral sopesar y calibrar la irrupción de una opción que juega al desbarajuste sobre el aprendizaje histórico en Chile. En especial es preocupante aquel negacionismo más prolijo que no es tan burdo como decir “esos hechos no ocurrieron”, sino que se construye como un sistema de justificación de los hechos que permite afirmar a los negacionistas más perspicaces “el golpe fue inevitable”. Es un negacionismo más agudo, primero, porque juega con la categoría causalidad, que ya dijimos es un tipo de racionalidad imposible de aplicar a acciones humanas, y segundo, porque pone en jaque el imperativo ético que expresa “estos hechos no pueden volver a ocurrir”.
¿Cómo podemos responder a este negacionismo intelectualmente más fino? Para efectos de esta reflexión les propongo la categoría “pensamiento rememorante”. Como se dice, la historia siempre enseña, por esta razón este saber se convierte en una coordenada fundamental para avanzar en el progreso político-moral de un país. El pensamiento rememorante es una condición humana que posee la forma de un carácter existencial, por tanto, es más exigente que el simple ejercicio de un recuerdo. La idea proviene de la tradición filosófica hermenéutica y se traduce en la capacidad de un sujeto o comunidad para desplegar a través de la narración de las memorias, la producción sociopolítica de nuevos y mejores escenarios. El pensamiento rememorante es el ejercicio de una racionalidad que hunde sus raíces en la memoria inscrita en la historia de Chile, para recorrer un camino que sea un futuro reivindicadoramente ético y comprometido con un proyecto político social más óptimo.
Cuando el aumento del discurso negacionista pone en riesgo las expectativas de un progreso ético aún 51 años después de esos terribles acontecimientos, es importante cultivar el pensamiento rememorante para que las nuevas generaciones puedan fundar una estructura humanizadora desde la cual organizar el futuro de la convivencia democrática chilena.